Leyenda Nº12
La puerta del Sol, consagrada al
dios Febo, fue la tercera puerta mítica de Martos. La tuvo que abrir Marte poco
más tarde, cuando apareció por estos pagos la figura de un forastero forzudo,
con cara de muy sufrido.
El fornido hombre se hacía llamar Hércules, y traía
sobre la cabeza la piel del león de Nemea que mató con sus propios brazos. De
una de sus manos arrastraba una clava, muy semejante a la estampada en el naipe
que representa el As de Bastos de la baraja española. También traía a sus espaldas
un arco con su aljaba de flechas, flechas cuyos puntiagudos dardos estaban
untados en veneno.
Se contaba que Hércules había sido
hijo de Zeus y una mortal. Pero Hera, la esposa de Zeus, nunca perdonaba ni a
las mortales amantes de su marido ni a su prole mitad humana y mitad divina.
Hera había retrasado el nacimiento de Hércules, para que el heredero del trono
de su mortal padre adoptivo fuese ocupado por el hermano de Hércules, el
bellaco Euristeo. Como Hércules naciera en encarnadura humana, pero dotado de
la fuerza de un dios, Euristeo se propuso amargarle la vida a su hermano. De
esa manera, pensó el mezquino, lo mantendría entretenido, para que no se le
pasara por las mientes usurparle el trono.
Muchos fueron los trabajos que
encargó Euristeo a Hércules.Doce las empresas que los entendidos reputan como
canónicas, pero muchas más las que los poetas y los dramaturgos clásicos le imputaron.
Una de esas empresas que le encomendara Euristeo a su hermano segundón fue el
robo de unas manzanas. Pero no váyase usted, querido lector, a pensar que las
manzanas estaban en el huerto de enfrente de la casa de Hércules. Las manzanas
estaban en las Hespérides, o sea, en España.
Para lograr su objetivo, Hércules
llegó al fin del mundo conocido y puso las dos columnas que, por ponerlas él,
se llamaron, y hacerse llamar, columnas de Hércules.
Los marteños piensan que la tercera
columna que Hércules levantó en Hispania fue el peñón de Martos, que, según
algunos, está hueco tal como el peñón de Gibraltar. Marte, dios que se
enseñoreaba de Martos, había dejado a recaudo de su fuente preferida a un
dragón. Fue éste el dragón que Hércules tuvo que someter cuando sus pies lo
trajeron hasta la ciudad de la
Peña. Y en acción de gracias, a seguido de su proeza clavó la
peña, con el vigor que le caracterizaba. Marte se le apareció, avisado por su
madre Hera.
-Pero ¿qué has hecho con mi dragón,
Hércules? ¿Y qué es esta colosal mole de piedra que has plantado en mis
dominios?
Hércules no solía ser muy locuaz,
sino todo lo contrario, bastante tímido y lacónico como cumple a varón tan
sufrido. Se limitó a rascarse la cabellera, y Marte, temiendo que le fuese a
zumbar con la clava, cambió de tercios. En vez de ponérsele gallardo, adoptó la
pose más complaciente con el forzudo y le dijo:
-Bueno, bueno... Hércules. Después
de todo somos hermanos.
Lleguemos a un acuerdo, haré como si
no te hubiera visto y, encima, mira lo bien que me caes que estoy dispuesto a
complacerte en lo que me pidas... Si en algo te puedo servir...
Hércules se lo pensó, se rascó esta
vez las barbas y dijo:
-Pues, quisiera que abrieses una
puerta en las murallas de tu ciudad a levante, para saludar al sol cuando cada
mañana se alza por el oriente. Que la puerta se consagre a mi amigo Febo y se
llame la Puerta
del Sol.
Marte, contento con lo poco que se conformaba su musculoso hermano de
padre, no puso pegas y mandó construir una puerta que desde entonces se llamó
Puerta del Sol y estuvo consagrada a Febo.